El precio del peaje
El viajero llegó al puente, y se detuvo ante la escultura de la maga, una imagen tallada en piedra con la que había que negociar para cruzar el puente, único camino posible para cruzar aquel río.
El viajero había sido informado de ello. Así que habló a la maga, esperando saber cuál era el precio para poder cruzar al otro lado.
- Aquí tienes dos bolsas- le informó una voz que surgía desde el fondo de la piedra -, cada una con un mal en su interior. Para poder cruzar al otro lado debes elegir entre una de las dos. Si eliges la opción correcta, podrás pasar. Si eliges la equivocada, no podrás atravesar nunca el puente y además caerá sobre ti el mal que contiene esa bolsa.
-- Y, ¿debo decidir ahora mismo? -- dudó el viajero.
-- No, puedes tomarte todo el tiempo que quieras.
El viajero se sentó a un lado del camino, y se puso a pensar cuál de las dos bolsas debía elegir. Pensó y pensó, lo echó a suertes, pero no lograba decidirse. Regresó al pueblo, consiguió unos aperos, y acampó en las cercanías del puente. Y siguió pensando en cómo atinar con la solución correcta.
Pasaron los meses, y de vez en cuando el viajero veía llegar otros viajeros, mantener una conversación con la Maga, y después, pasar por el puente.
''Otro que ha acertado'' -- se decía -- ''Qué inteligente debe ser, y yo sin descubrir todavía lo que sin duda ven otros para pasar con tanta celeridad...''
Pasaron los años, y el viajero aprendió a sobrevivir en su morada provisional. Había empezado a tejer cestos y sombreros con los juncos que crecían al lado del puente, y los vendía a los viajeros que seguían cruzando el puente.
En alguna ocasión algún viajero se ofreció a ayudarle a mejorar su alojamiento, construyendo una auténtica cabaña y regalándole algunos utensilios, pero él se negó.
-- No, gracias. No vivo aquí, en realidad. Sólo estoy de paso. Voy a cruzar ese puente en cualquier momento.
Como su tiendecita no le ofrecía suficiente abrigo, no se alimentaba correctamente y carecía de ropas de abrigo, termino enfermándose. Y como era un invierno especialmente crudo, nadie pasó por allí, en muchos días, y nadie pudo auxiliarle.
Cuando el viajero entendió que iba a morir, consiguió arrastrarse hasta la imagen de piedra, y le pidió:
- Por favor, Maga, por favor... me estoy muriendo, déjame pasar.
- Lo siento, pero yo no puede ayudarte en eso. Sólo soy la guardiana del puente.
-- Por lo menos no me dejes morir con esta duda. Necesito que me digas cuál era la opción correcta, qué bolsa debiera haber elegido.
La Maga salió de la piedra, convertida en mujer por unos instantes, y se agachó a sostener al moribundo, que miraba a ambas bolsas con una mezcla de súplica y odio.
-- Viajero, mi querido amigo de tantos años. ¿Nunca te preguntaste por qué todos pasaban al otro lado? Nunca en todo este tiempo nadie se quedó sin cruzar el puente, excepto tú. Cada uno de los otros, elegía una bolsa. Esa era la opción correcta. Elegir una. Cualquiera de ellas. No importaba cuál. Porque el contenido de ambas bolsas es el mismo: ábrelas y comprueba tú mismo el mal que has estado padeciendo estos años, y por el que mueres ahora.
Y de ambas bolsas cayó un polvo dorado que dibujó en el suelo la palabra COBARDÍA.
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