jueves, 19 de abril de 2012

Si Dios tuviera una nevera


Si Dios tuviera una nevera, tendría tu foto pegada en ella.
Y si tuviera una cartera, tu foto estaría dentro de ella.
Él te manda flores cada primavera.
Él te regala un amanecer cada mañana.
Cada vez que tú quieres hablar, Él te escucha.
Él puede vivir en cualquier parte del universo,
pero escogió tu corazón.
 Enfréntalo, amigo: ¡Dios está loco por ti!

Cosas como ésta debemos recordarla incesantemente en medio de esta vida de cambios acelerados que hoy vivimos, como fruto de una revolución técnica, científica pero mecanicista, que al convertirse en dogma expulsó la vida, y con la vida pretendió expulsar a Dios de la realidad humana. Vano intento.
Por eso, tantos hombres viven hoy, como robots, una vida mecánica, de engranajes y funciones. Y, aparentemente, sin Dios. De allí esa noche oscura nuestra, que puebla de frustraciones y fantasmas la conciencia de los seres humanos. De ahí la desilusión y el desencanto como frutos indeseados pero siempre presentes de los tiempos postmodernos.
Afortunadamente va surgiendo ya una nueva revolución que desdogmatiza el mecanicismo y que, desde la ciencia misma, va sumergiendo a la persona en la realidad creada, hasta el punto de no existir ésta sin su presencia: el hombre vuelve a estar en el centro de lo creado. Y esa misma ciencia, más humilde, más consciente de sus posibilidades y de sus límites, que ha descubierto que el hombre es esencialmente barro finito, también ha ido descubriendo que hay estrellas sembradas en ese barro, y que el hombre no es un dios pero tampoco un demonio.
Con ello se recupera la esperanza que hoy permite entrar en la «espesura» del mundo con la vida y la luz de la Palabra hecha hombre en Jesús de Nazaret. Y con la Palabra aparece la vida, que es la luz. Luz que hace a la «noche más amable que alborada».
Ésta es nuestra esperanza, en la que la ciencia y la mística van de la mano. Einstein, Plank, Heisenberg, Prigogine, etc., van detrás del Maestro Eckart, de Juan evangelista, de Juan de la Cruz, de Teresa, y de tántos otros hombres y mujeres de Dios, dándoles a ellos la razón y devolviéndonos a todos la armonía entre la fe y la realidad.
Con esta armonía, que deja atrás todos aquellos prejuicios y complejos que, en nombre de la ciencia, pretendían alejarnos de la fe, nos llega otra vez la alegría de vivir, sin miedos ni frustraciones;  alegría que brota de la entereza de vivir en la fe, la esperanza y el amor, dentro de un mundo real que constituye nuestro «nicho ecológico», pero al que hemos de divinizar haciéndolo más humano. 
Y esto no podrá lograrse si no es dándole oportunidad al Espíritu de Dios para que dinamice la creación entera y la ponga en aquel camino de santidad y santificación al que nos aboca la realidad de Cristo. Es decir, sólo desde una vigorosa espiritualidad, la creación entera podrá cumplir su vacación y su destino.
Ésta es una de las carencias más hondamente dramáticas de la humanidad actual. Tiene hambre de transcendencia, de absoluto, es decir de Dios, pero no sabe que sólo la podrá alcanzar rompiendo con el materialismo craso que hoy la carcome y volver al mundo del Espíritu.
Fuente: estrenandodia.

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